sábado, 28 de noviembre de 2015

"Todos somos junkies y El nuevo vecino". (breve drama en dos actos).


(Acto primero) Nos encontramos recorriendo la carretera. Zamuros, garzas, garzones, y otras aves ocupan nuestra mirada. La música de fondo incluye Nirvana, Blondie, Billy Joel, Sergei Gainsbourg y Depeche Mode. Y de pronto Billy Joel nos dice: "Honesty is such a lonely word..." y tararará y luego no recuerdo más la letra. Pero algo se queda atrapado en nuestra mente y nos toca enfrentar que cuesta mucho encontrar honestidad en el mundo de hoy. Y así no más, Kurt Cobain nos dice: "Come as you are...". Y no hace falta decir más. Más o menos atormentado. Ya eso no importa. Todos vivimos atormentados. Unos más y otros menos. Lo que importa aquí es la honestidad. Enseguida tropezamos con otra canción: "Because when you learn, you´ll know what makes the world turn...", reza Martin Gore en otra de sus canciones. Y los zamuros, las garzas y otras aves me llevan a pensar en nuestra naturaleza. Nuestra verdadera naturaleza que debería ser siempre honesta y jamás calculada. Sin embargo, preferimos la apariencia al verdadero ser. Y es que la naturaleza humana da para todo. Y es aquí donde entra "El nuevo vecino". Se presenta al volante de su Range Rover. Sin duda, un carro muy elegante. Luego lo encontramos como realmente es. Oyendo raeguetón y escupiendo: "Qué bolas, mamagüevo. En serio, marico? Y esa vaina, pajúo? No puede ser, guevón". Sentado frente a la puerta de su garaje, acompañado de otros de la misma especie. De la especie vulgar. De esa a la que nadie desea pertenecer. El nuevo vecino está casado y con hijos. Ahora reside en Miami, en un condominio anónimo. Y con su conducta me avergüenza a mí, a todos los venezolanos, a su mujer y muy pronto, me temo, también avergonzará a su hijo. El pobre cree que al conducir una Range Rover ya la tarea está hecha. No sabemos si la camioneta es comprada, prestada o se trata de un lease. Eso no importa. Lo qué sí sabemos es que la naturaleza del nuevo vecino es esquiva. Pretende esconder algo. Su vulgaridad. Y la vulgaridad tarde o temprano sale. Y uno cierra los ojos para no ver nada. Hoy tuve que llamar a su puerta y como era de esperarse, se refugió detrás de su mujer. Quién sabe? Seguramente enrratonado. O quizás, queda algo de vergüenza en ese ejemplar. Ese bicho, quiero decir. La pobre mujer no se lo esperaba. Que otro venezolano viniera a reclamar la equivocada venezolanidad. Y en perfecto venezolano le solté: "-Cuál es que es tu nombre? -xxx xxx xxx. -Una cosa, xxx xxx xxx. Dile a tu marido, que por favor hable con sus colegas y cuiden un poco el lenguaje". La mujer defendió sus intereses: "Mi marido puede reunirse y hacer su parrilla con sus amigos y echar una partida de dominó". Lo que no pudo defender fue la vulgaridad y con un humildad reconoció: "Le diré que cuide el vocabulario". Lo que la pobre ignora por completo es que todo este drama no se centra en el vocabulario. La vulgaridad cuando se aprende se asume como forma de vida y por eso estamos como estamos. A muchos la vulgaridad les resulta muy cool y muy en boga. Lo vulgar se vende muy bien. Se vende como nunca antes. Lo que no vende mucho es la honestidad. Eso no se consigue en Amazon. Eso no se puede comprar. Y le cae muy mal a mucha gente. Y conmigo no tendrán paz. A vecinos como este provoca amarrarlos al piano y lanzarlos al fondo del mar. Para enseguida recapacitar, y lanzarnos al fondo a salvar nuestro piano. W.

domingo, 26 de octubre de 2014

Más luz, por favor.



Un día hablé con Rafa. Mi intención era dejar la banda. Sabía que ese ya no era el camino. Las cosas se pusieron difíciles para músicos, dueños de bares y promotores de eventos.                                  

La situación era precaria para un país entero. 
                                                    
El hampa asumió el control y la economía era algo incomprensible. Un país petrolero convertido en pueblo sin ley. Pobreza en todo lugar.   

Recuerdo un viaje que hicimos a Maracaibo para tocar en un bar.

En algún punto del trayecto empezó a llover y la visibilidad era muy mala. Habíamos dejado atrás esa refinería que se encuentra a la altura de Puerto Cabello. Uno esperaría que lugares como ese estuviesen más desarrollados y mejor iluminados. En todo sentido. En fin, continuamos por la carretera a oscuras y pinchamos un caucho. Nuestro chofer hizo lo que pudo y salimos de la carretera hacia un terreno. 

Nos apartamos de la carretera para no estar visibles. La norma para ese momento era ser asaltados y salir en la prensa al día siguiente. “Mataron a unos fulanos músicos”. Punto. Tuvimos suerte.

Rafa, Erik, Francesco y yo contábamos con linternas. El chofer tenía sus herramientas al día y un caucho de repuesto.

Sin perder un minuto nos dispusimos a estabilizar el transporte en un terreno irregular y a salir de ahí lo antes posible. La oscuridad era total.  Ni Luna ni estrellas.

Hicimos el show en Maracaibo donde pedí el total de la puerta al dueño del bar. Rafa y Erik solían ocuparse de reclamar los pagos. 

Es un oficio arriesgado hacer giras de bares en un país como Venezuela. Muchas bandas están buscando un mejor destino fuera de su país. O un circuito que los lleve a tocar en México, Colombia, Argentina y otros países. Por mi parte, tuve que abandonar Atkinson y buscar “Otra Realidad”. 

Los temas de Atkinson estaban cargados en buena parte de ira y frustración. Muchas de las letras intentaban ilustrar la tragedia del país y me agoté. La ira y la frustración me dejaron sin voz. 

                             
Mérida, San Cristóbal y Caracas una vez más. También agota ese desequilibrio emocional que causan las separaciones de bandas. Aún así, sólo queda continuar. Y muchas bandas continúan haciendo lo que deben hacer. Tener fe en sus canciones.


miércoles, 27 de agosto de 2014

Peace of mind



Una vez oí una canción de Depeche Mode llamada Suffer Well.

La primera frase dice algo así: “Where were you when I fell from grace? Frozen heart. 
An empty space. I found treasure, not where I thought. Peace of mind can’t be bought...”.
Y así continúa. 

Esa banda nos conecta con una forma de sentir muy peculiar. 
Claro, sólo si nuestro oído se presenta con la guardia baja y estamos dispuestos a entregarnos. 
Cada mente y cada corazón es un mundo. Todos sentimos de manera diferente. 
Y Depeche Mode es una banda muy especial.

Las canciones nos afectan a cada uno de manera distinta. Lo que intento decir es que quizás 
el mundo está muy tenso últimamente porque no nos permitimos sentir lo que ocurre 
en nuestro día a día. Sonrisas apresuradas y dale que no tengo tiempo.

Estamos casi siempre a la defensiva. Con la guardia en alto será difícil o imposible que algo pueda conmovernos. Con esta dureza de corazón no podremos sonreír cuando alguien 
se nos aproxime. Hemos aprendido a desconfiar.

Tenemos acceso a la inteligencia artificial y pasamos los días distraídos con nuestros apps,
mientras la intuición humana parece cada vez más atrofiada.

Una vez más, nada nos conmueve. Ni Depeche Mode, ni Bach, ni la franja de Gaza.

La próxima vez será mejor permitirse una lágrima de emoción o una sonrisa cuando se nos case alguien muy querido. O simplemente llorar cuando volvamos a sufrir otra gran pérdida.

Por alguna razón existe el Ave María. Está ahí para conmovernos. Una oración con música. 
Una canción para la madre de Dios. Nada más y nada menos.

Es preferible usar todas las opciones en el menú del ser humano. Alguien las puso ahí y están a nuestra disposición. Difícil y tedioso es explicar cómo nos sentimos. Y no debe ser un problema permitirnos sentir las cosas de una u otra manera. Sentir es una responsabilidad del ser humano.

Y si alguien se derrumba, siempre aparece alguna canción para darnos ánimo. 

Se los digo yo que siempre lloro en las despedidas. Un abrazo. Wincho 

jueves, 17 de julio de 2014

En la finca

Recuerdo una época muy feliz de la banda. Los fines de semana en la finca de los Troconis. 
Con Pablo, Alberto, Cayayo, Edgar y luego el Pingüino. 
Cargábamos los equipos en la camioneta de Alberto 
y el resto de nosotros se iba en el Maverick del Pingüi o con Pablo en su Malibú. 
Había que tomar la vía a Mariche y luego seguir una carretera que lleva a los Valles del Tuy. 
La finca estaba por ahí, muy cerca de Mariche. Era fácil pasarse la entrada.
Allá nos recibía el señor Andrés, que cuidaba la finca y la protegía de todo mal. 
Era un lugar muy tranquilo y apenas podía oírse el ruido de algún carro en la carretera. 
Esos paseos nos servían para escribir canciones y ensayar. 
Salir de Caracas siempre fue buena terapia. También era un rato para convivir. 
Cocinar, lavar platos, limpiar y ordenar un poco. Era una casa rústica con una especie de corredor amplio a la entrada que usábamos para instalar el equipo. Ampis de guitarra, bajo, batería 
y unas cornetas Altec para las voces. 
Un pequeño trabajo era montar y desmontar ese equipo. 
Y en ese momento era el mejor trabajo del mundo.  
En otras ocasiones, la finca era sitio perfecto para hacer unas fiestas alucinantes. 
Sin duda, fui el menos rumbero de la banda y aún así, la pasaba bien. 
Fueron buenos tiempos para nosotros. Esos paseos nos acercaban más a la música 
y brindaban solidez a la banda. 
Unos años antes, Cayayo me invitó a la finca con su familia. Estábamos estudiando juntos 
para un exámen de matemática. Yo estaba arrastrando esa materia de primer año 
y Cayayo me alcanzó. El bachillerato fue un laberinto para mí. En fin.
Al llegar a la finca, nos pusimos unas botas militares y fuimos a recorrer el terreno. Mi hermano mayor había estudiado en el liceo militar Monseñor Arias y tomé prestadas sus botas. Cayayo también consiguió unas. En la caminata perdimos el rumbo y decidimos volver por la carretera. Casi enseguida una patrulla se detuvo a interrogarnos. Al ver que no teníamos cédula, nos llevaron a la jefatura en Santa Lucía. Un pueblo a pocos kilómetros. 
No nos encerraron porque éramos menores de edad. Cayayo tenía unos 14 y yo 15 años. 
Ahí pasamos varias horas sentados en un banco mientras unos personajes sórdidos 
nos hacían propuestas obscenas desde un calabozo. La escena era espeluznante. 
Finalmente, llegó el viejo Humberto a rescatarnos en su Ford LTD azul. El papá de Cayayo era un señor con mucha determinación y en su casa sabía imponer disciplina. A mí lograba intimidarme con su voz. Esa vez nos llamó la atención y nos advirtió de los peligros de esa carretera. 
Fue sólo un regaño. 
Nos quedamos en silencio hasta llegar a la finca y nos pusimos a estudiar matemática. 
A pesar de nuestro encuentro con la policía local, era una placer visitar ese lugar 
y compartir un rato con los Troconis. Son todos muy especiales.  
Ciertamente, el viejo Humberto y Flor Troconis plantaron buenas semillas. 

Diez hermanos maravillosos. 

jueves, 5 de junio de 2014

Bullshit






No sé ustedes, pero al último presidente honesto 
que logro recordar es al Dr. Luis Herrera Campins. Que en paz descanse. 

Acerca de ese señor nunca oí chismes de secretarias privadas, ni amantes. Nunca se supo que tuviera apartamento en NY o en Madrid o en ningún otro lugar. Muchas veces pasé por enfrente de su casa en Sebucán. Ahí había un par de tipos que parecían guardias, armados cada uno con su pistola. Nunca les vi escopetas ni armamento sofisticado. En los muros de la casa no había cercado eléctrico.
Cero paranoia presidencial.

Al señor Luis Herrera se le notaba que era una persona sencilla 
sin actitudes de político estrella ni salvador de la Patria. 
No vi un titular en la prensa que cuestionara su honestidad. 
Sin embargo, todos hablábamos mal de él. 
“Ese es un bolsa”. “No ha hecho sino poner cagadas”. 
Eran los comentarios más comunes. Ciertamente, en su gestión se encontraban tipos 
como Vinicio Carrera. Eso es común en nuestra administración pública. 

Desde siempre, los venezolanos pretendemos saber más de política que los políticos. Creemos saber más de béisbol que los peloteros. Ipod en mano y ya sabemos más de música que Paul McCartney. Sabemos más de cine y de teatro que cualquier escritor de guiones. Y con un viaje corto a París, volvemos a casa dictando cátedra en gastronomía 
y diciendo que “esos franceses se creen una vaina y que son unos pajúos”. 

Estoy comenzando a creer que los pajúos somos nosotros. 
Nos pasamos la vida viendo 
qué hacen los demás para enseguida empezar a hablar paja. 

Es muy fácil esperar la próxima película para luego decir que fue una cagada. Venezolana o extranjera. Y hacer lo mismo con libros, música y cualquier otra cosa nacional o foránea. 

Algo podemos aprender del difunto Comandante Presidente. 
Era un experto hablador de paja. Hablaba mal de venezolanos y extranjeros. 
Cuando nos echamos paja unos a otros nos parecemos mucho a él. 

Chimbo, no? Digo yo. 

sábado, 31 de mayo de 2014

Fito en el Hilton


Fito, Tweety y Alejandro  llegaron a Caracas y se quedaron en el Hilton. 
La cosa no fluyó bien con Calamaro y preferimos trabajar con Fito. 

Ninguno de nosotros tenía nociones sobre producción musical. 
"Qué hacía un productor? Ni idea". 
Ellos venían de un festival en Berlín y Fito ya era un tipo reconocido. 

Tweety era su mano derecha 
en la música. 
Se notaba que lo ayudaba en todo.


Alejandro era su técnico de confianza. 

Todos estábamos muy ansiosos e inseguros. Sería la primera vez en un estudio 
para grabar un disco y aún nos faltaba mucha experiencia. 

Fito se sentaba en el piano cada vez que podía. 
Tweety se ocupaba de la consola y con Alejandro conectaban todo. 
Colocaban micrófonos y pasaban cables de un lado a otro. 

Un día hubo que abrir la consola y hacer limpieza. Lo mismo con un grabador de 24 canales. 
Esos de cinta. Ni Protools ni edición digital. A tocar lo mejor posible y luego vemos. 

Alberto, Fito y Tweety decidieron programar unas baterías. 
El tempo de la banda no estaba al giorno. 
Había que programar y eso cambiaría el sonido radicalmente. 
Todos entramos en pánico, pero nadie decía nada. Había que continuar. 

Sólo contábamos con tres semanas para grabar y mezclar.  
Rodven esperaba buenos resultados y nosotros también. 

Hoy en día uno va confiado al estudio, creyendo estar listo y nada. 
La música es difícil de manejar y éramos una novatos. 

Pablo cantó sus partes. Cayayo y Pingüino grabaron sus guitarras. Tuve que repetir varias veces 
mis líneas. Alberto, Tweety y Fito con un drum machine Yamaha. Fito grabó algunos teclados. 
Fue agotador. Hubo que hacer de todo para terminar ese disco. 

A veces me iba en bici de noche hasta el Hilton para juntarme con ellos. 
Hoy en día sería muy arriesgado. 

Cayayo y Alfredo Lois terminaron el arte y así nació El Amor Ya No Existe. 

Es una pena que ese título tenga tanta vigencia. 

miércoles, 28 de mayo de 2014

Music makes the people come together...




Qué sería de nosotros sin la música?

Ella nos brinda profunda satisfacción 
y es la mejor compañía.

Para algunos es un oficio de alto riesgo.
Algo así como el surf. Incierto.
Un día estás y luego ya no estás.

Si uno se descuida, la música empieza 
a ser cada vez más mediocre y vulgar
a nuestro alrededor.
Me ha pasado varias veces en diferentes bandas. 
Basta echar un vistazo por ahí. 

Tiene vida propia y trasciende nuestra existencia. Siempre seguirá sonando
la buena y la mala música.

La vida sería un desierto sin poder escucharla. 

Ella siempre podrá continuar sin nosotros.
Nosotros no podríamos hacerlo sin ella.

"Anda, chamo. Pon una canción.
En esa rocola no hay nada de Arjona".