lunes, 28 de abril de 2014

En la iglesia


Para mi sorpresa, se estaba realizando un bautizo. 

Eran entre las 8:30 y 9am. Entré a la iglesia y me senté a unos treinta metros del cura y la sacristía. Creo que sólo se encontraban presentes los papás del niño y los abuelos. También los padrinos estaban ahí.  

Entré en mi personaje. Me puse de rodillas y empecé a rezar. En mi cabeza había un plan perverso y quería impresionar a mis nuevos amigos. Esto sería una manera de lograr más aceptación y demostrar que estaba dispuesto a cualquier cosa.

Nadie podía sospechar. Llevaba puesto el uniforme con el emblema del colegio. Estaba en segundo año. Apenas terminaron de bautizar al niño, los padres y familiares empezaron a caminar hacia la salida de la iglesia que da para una terraza y de ahí bajan unas escaleras hacia la calle. Esa es la salida posterior. Y la iglesia debe tener unos doscientos metros de largo desde la sacristía hasta esa puerta. Vi que el cura y su monaguillo se retiraban a la sacristía. 

Me puse de pie, fui al lugar que ocupan los músicos y me dispuse a cargar con el amplificador de guitarra. Para mi sorpresa, el Peavey pesaba una tonelada. Era de esos amplis con dos speakers de 12 pulgadas y pude ver el tamaño de los magnetos. 

Para ese entonces yo ni pensaba en hacer ejercicio. Sería un milagro cargar ese ampli y salir de ahí. Lo levanté con mucho esfuerzo y empecé a caminar hacia la salida posterior. 

Alcancé a la familia y ni voltearon a mirarme. Pensarían que se trataba de algún estudiante con su amplificador de guitarra. O quizás no pensaron nada. 

El cura y el monaguillo jamás me vieron. Nadie sospechaba de mí. Salí a la terraza y bajé las escaleras hacia la calle. Crucé la avenida San Juan Bosco en dirección hacia el colegio María Auxiliadora. Donde me esperaba otro milagro. 

Por esa calle transita poca gente a esa hora. Es una calle que bordea una plaza y me lleva a la cuarta avenida. Llegué a la esquina y pude ver que venía pasando una camioneta del vivero que está en la parte sur del colegio Maria Auxiliadora. Los jardineros vieron el esfuerzo que estaba haciendo y con una sonrisa ofrecieron llevarme. 


Me senté con ellos en la parte posterior y me dejaron una calle más arriba, en la séptima transversal. “Gracias”, les dije. 

Ahí bajé de la camioneta y empecé a caminar ya sin aliento a casa de Miguel. Sabía que podía contar con su ayuda. 
Años después me arrepentiría de esto y llevaría de manera anónima un ampli de bajo para la iglesia. Nunca me confesé. Sólo el Creador conoce mis pecados.  



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